letras

Componiendo mi vida

Mientras todos van a dormir después de cenar, me quedo yo como vampiro, escribiendo los momentos más impactantes de mi día. Pero yo no uso un diario bajo mi almohada. 

Desde mi temprana adolescencia, compongo canciones como terapia. Un diario personal no muy corriente.  

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Cuando estoy feliz, escribo y no sonrío; cuando estoy triste, escribo y no lloro. Por eso mi rostro tiene más letras que gestos.
Poco a poco, adquirieron mente propia, sentí que podrían cobrar vida por las noches , algo como toy story, pero con canciones.
Empecé a documentar el transcurso exacto de escritura, para poder medir el tiempo y sacrificio empleado.

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Luego, mi inspiración se empezó a quedar corta. Lo surrealista de esta historia es que una noche decidí escribir sobre un dibujo que hice, un alienígena sin ojos, el último sobreviviente de su raza, en un planeta bastante racista llamado “la tierra”. Pero luego se me ocurrió componer desde su punto de vista, y sin presentación.

Una vez acabada la canción, parecía ser escrita por una persona cualquiera en un mundo cualquiera, pero era totalmente distinto a lo que escribí antes. Después de ese momento, el método se volvió en un ritual sagrado.

Inventé a todo un grupo de personajes para que escriban mis canciones. Un niño pirómano. Una asesina en serie que mata a todos los que no se sientan seguros de sí mismos. Un fantasma que tiene prohibido el ingreso al cielo y al infierno. Una prostituta encerrada en el cuerpo de un gato. Un dios ateo. Un papa ficticio que quiere conquistar al mundo y otros más. Me gusta llamarlos “La liga de la injusticia”. Unos antihéroes que obsequian su punto de vista a mis composiciones, pero una vez escritas las palabras, nadie sospecha de su existencia. A pesar de ser artificiales, las canciones sonaban naturales y sinceras. También empecé a escribir desde el punto de vista de personajes literarios, personajes de películas, incluso personas reales. De todas formas, jamás dejé de escribir sobre y desde mi persona.

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Es casi aterrador cómo cambian las cosas.

A mis 13 años, solo sabía unos pocos acordes de guitarra, y mientras los tocaba toscamente, mi anfetamínico subconsciente empezaba a tararear melodías, a las que luego agregaba líricas. Mientras escribía palabras al azar, pensé en que nadie nunca las leería, así que plasmé todo lo que sentía en ese momento, toda la ansiedad y pánico, un pánico que me sigue hoy en día, pero que a esa edad no podía controlar.  Una depresión extraña. Aunque la tristeza no se iba, me quitaba peso de encima. Se convirtió en mi gran proyecto, y tardó casi un mes en completarse.  “Calendario Negro” es la canción más oscura que tengo, la que más me duele tocar, pero a la que tengo más cariño, la única adulta entre tantas niñas caprichosas, mi primera canción completa. Las personas que escucharon esa canción pueden ser contadas con una mano.

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Aún conservo la hoja de cuaderno en la que la escribí, en un cajón donde eventualmente empecé a guardar a sus sucesoras los siguientes años, hasta el 2014, cuando empecé a usar el formato digital.

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Comenzó mi vida de compositor, aunque al principio casi solo escribía sobre mi odio al colegio y mi rebeldía sin causa.

sonsososososooTengo muchas pasiones, como el dibujo y la fotografía, pero  yo decidí combinar mis favoritas, la escritura y la música, para convertirme en algo como jesús y purgar por los pecados de todos ustedes cuando intento expresarme por mis profecías. También escribo pensamientos, ensayos, intentos de novela, poesía, críticas y cuentos.

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Pero al final, si mis discursos no tuvieran música, creo que mi piel se caería lentamente, mis ojos se saldrían y mi mano golpearía mi cara hasta que el pánico regrese a matarme. Ya es una adicción. Pero puedo decir que, demonios,  me encanta ser un adicto. 

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Asesino serial y catador de música

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