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Parte 2: El Payaso

La primera vez que la vi fue hace más de veinte años, cuando instantáneamente me llamó la atención esa piel lívida, ese pelo negro como la maldad, y ése payaso tatuado en su hombro izquierdo.

Creo que todos conocemos a ése tipo de personas a las cuales es difícil diferenciar su risa de su llanto. Ella era una de esas, y recordé el sufrimiento infame que pasó al momento de su muerte. Murió con una sonrisa, pensé.

Así que me agaché a observar lo que quedaba del rostro más hermoso que vi jamás, pero fue inútil, estaba sublimemente desfigurada. Parecía pintada por el mismo Picasso.

Los asesinos seriales suelen tener la característica típica de dejar una marca que los identifique, en los cuerpos de sus víctimas. A pesar de que odio encajar en el chiché, adquirí la vieja costumbre de besar las manos izquierdas de todas las mujeres a las que maté. Esa era mi firma.

Por supuesto, no podía permitirme dejar rastros de mi ADN en la escena del crimen, así que simplemente me llevaba las manos enteras después de besarlas. Como recuerdo claro. No soy uno de esos malditos caníbales pervertidos si es lo que están pensando, esos desgraciados sí que son inestables.

Pero ella no era como las demás, arruinar esa sonrisa fue lo más estúpido que hice en mi vida y con morir ya tuvo suficiente. Estuviste en el lugar y momento equivocado, pensé. Hoy no recibirás el beso en la mano.

Ver  yacer su cuerpo golpeado, semi recostado y tieso me trajo recuerdos. Posiblemente, sólo por un momento, me arrepentí de haberla matado, y aunque me dé vergüenza decirlo, puede que haya soltado unos funestos llantos.

Hice desaparecer todo lo que pudiera probar mi presencia en el departamento y tomé mi abrigo. Con mi celular, saqué una última foto del payaso en su hombro izquierdo. El único recuerdo que necesitaba, más de lo que podría pedir.

madonna

Asesino serial y catador de música

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