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¡Bajo en la esquina!:

La Historia de un Trufista Sordomudo

Volver a casa en trufi siempre fue la parte aburrida, de la más aburrida rutina.


Del taxi al Trufi

Uno simplemente se pone los audífonos y mira por la ventana todo el trayecto. Es por eso que la primera vez que me topé con él, la situación fue tan singular y sugestiva, que me mantuvo reflexionando por mucho tiempo.

En los primeros 17 años de mi vida, habité junto con mi familia una casa en el centro de la ciudad de Cochabamba, es por eso que para mí, un chico que vivía cerca de todo, mudarme a Tiquipaya fue una experiencia para nada sencilla.

Casi nunca había subido a un trufi, y si lo hice, siempre fue en compañía de alguien con experiencia; y no por preferencia ni nada por el estilo, sino por ignorancia sobre las rutas que estos seguían.

Y bien, viviendo tan lejos, los taxis triplicaron su precio, mi padre no tenía la disponibilidad de tiempo para llevarme, yo no tenía licencia de conducir, era un chico en último año de colegio que necesitaba un transporte fácil y económico. Fue así como después de muchos experimentos, encontré a la línea 112 cuya ruta era más que perfecta; pasando desde la esquina de mi nueva casa, hasta casi cualquier parte de la ciudad, o por lo menos, a mis destinos. Es entonces cuando comienza esta historia.

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-foto perteneciente a fotospl.com


Autostop.

Eran aproximadamente las cuatro de la tarde cuando volvía a casa, después de una visita fugaz a mis abuelos. Paré el trufi tal como lo hacía por lo menos dos veces todos los días, y me subí tranquilamente, saludando al chofer sin recibir el saludo de vuelta. Muy pocas veces pasan esas cosas, por ende si me molestó un poco, pasan. Sin embargo, exigir cortesía en estos tiempos es bastante difícil.

Tomé asiento en la tercera fila en la parte izquierda, es decir, en la esquina del automóvil, y tal como estoy acostumbrado, me puse los audífonos y me sumergí a dejar mi mente en blanco.

Aproximadamente a la mitad del viaje, en un momento de ocio, me puse a observar el auto, y los adornos que este poseía. Siempre hay algo que denota identidad de parte de los choferes, como ser peluches, juguetes, stickers, etc. Y este sí que tenía algo bastante singular que denotaba identidad. Quizás no había nada más singular en el mundo.

Noté que desde las puertas y ventanas del automóvil, pasando por las partes traseras de los espaldares de los asientos, hasta llegar al techo, se encontraban unas flechas anaranjadas que se dirigían a un botón del mismo color, con un gran letrero al lado que decía:

“Yo no escucho, por favor presione el botón al llegar a su destino”.

Lo primero que pensé, en menos de un segundo fue: “Estás jodiendo”, mi mirada pasó a las siguientes dos filas, las cuales efectivamente tenían sus respectivos botones y letreros. Acto seguido pausé mi música, para poder apreciar con toda mi atención el funcionamiento de ese sistema. No pasaron más de dos cuadras hasta que una señora quiso bajar por el mercado 10 de Febrero, localizado en la avenida Simón López.

Pulsó el botón, se escuchó una sirena de volumen regularmente fuerte, y una luz situada al lado del volante del conductor parpadeó, dando la señal al chofer de estacionarse. Eso me mantuvo entretenido por el resto del viaje, bastante impaciente porque sea mi turno para apretar el botón.

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Esquina!

Después del primer viaje con el que llamaremos “Teniente” (suena vigoroso), quedé tan entusiasmado que conté a toda mi familia y a muchos conocidos sobre la experiencia.

¿Cuántas cosas tuvo que pasar aquel señor, para acabar trabajando como trufista, adaptando su entorno laboral para trascender en los métodos, y demostrar que sí se puede?

Todas las personas a las que conté la anécdota me dijeron “En verdad cuando uno quiere puede”.

“No hay excusas”

Quién pensaría que ver a un señor de por lo menos 50 años con sordera, adaptándose para sobrevivir, causaría tanto positivismo.

Por supuesto no esperé,  que justamente el día siguiente lo volvería a encontrar, temprano en la mañana de ida al colegio.

En esta ocasión mi perspectiva cambió totalmente. Me senté en el lugar del copiloto, y apenas subí me quité los audífonos, pues sentí que el Teniente sentiría una falta de respeto bastante descarada. Desde ese momento el positivismo empezó a desaparecer.

Pude apreciar que también adelante la cantidad de flechas era exagerada y que incluso una persona con problemas de vista podría notarlas. Estaba equivocado.

Cuando una joven de aproximadamente 20 años quiso bajar, gritó “¡Esquina!” y el teniente siguió, y al estar en la Avenida América (Avenida grande, se suele manejar con mayor velocidad especialmente en la mañana) el Teniente avanzó casi tres cuartos de cuadra. La señorita volvió a gritar mientras yo presionaba el botón. Ella bajó gritando “¡Le he dicho esquina!”, mientras el teniente la miraba y hacía un sonido con su boca, apuntando a su oreja con el dedo.

Yo bastante enojado, apunté al letrero y repliqué:

“No escucha”

Ella pagó y bajó arrogante, sin decir nada.

Definitivamente, ya no estaba maravillado y motivado. Lo único que sentí fue desconcierto, rabia y pena. ¿Cuántas veces tendrá que pasar esa situación una y otra y otra vez todos los días?. También por ese suceso, deduje cual Sherlock, que el Teniente era sordo de nacimiento, o por lo menos desde temprano en la infancia.

Esos sonidos que emitió en vez de palabras, eran similares al de un bebé con la voz de anciano, mezclada con leves chillidos como los cuales emite una persona que acaba de llorar pero intenta componerse. Repito: desconcierto, rabia, y pena.

El camino al colegio era bastante largo, y lamentablemente la situación se repitió unas cuantas veces, con la excepción que no me acuerdo cómo ni cuántos eran los pasajeros distraídos; y que cada vez que gritaban “¡Esquina!”, yo presionaba el botón. El Teniente me agradeció con un asentimiento con la cabeza.

Es increíble lo fácil que es empatizar con una persona agradecida. Nunca intercambiamos una palabra, apenas lo miraba a los ojos; pero en ese momento era una de las personas que mejor me caía en el mundo.

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-foto perteneciente a El Deber.


Pasaje de estudiante.

La motivadora historia de un discapacitado en búsqueda de la superación, para mí se había convertido en la triste historia de un buen hombre con paciencia. Desde hace dos años subí a su trufi por lo menos una vez al mes.

No puedo contar más historias anecdóticas del misterioso Teniente sin nombre, lo único que puedo jurar con una navaja en la palma de mi mano, es que él no era mal tipo. ¿Cómo lo sé?

Bueno, en primer lugar, era un conductor bastante cabal, y eso, por lo menos en mi anómala Bolivia es algo que se agradece.

Eso no es todo, una noche, llegando a casa de la universidad, se subieron una señora y su hija de no más de seis años, en los asientos copilotos. Apenas entraron, la pequeña que subió primera, gateando por el asiento hasta llegar al medio, mientras decía “buenas noches”, cuando se acomodó lo miró a los ojos y sonrió.

Mientras la madre entraba escuché a la niña decir “Mami, ¡Mami!” mientras la señora sonriendo le decía “Si hija, sabes que tienes que saludar con la mano a Don …….” (tristemente, en esos tiempos no tenía la necesidad de saber su nombre).

Enseguida el teniente devolvió el saludo como mejor sabía, asintiendo con una sonrisa, su único acto comunicativo. Cada que un semáforo en rojo lo detenía, la niña lo miraba y sonreía nuevamente, siempre recibiendo una sonrisa de vuelta.

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Estacionando.

Fue demasiado difícil saber cuál es la vida de soldado que tiene cuando baja del auto.

Según Walter Peredo, uno de sus colegas conductores, quien tampoco sabe su nombre, el Teniente es una persona a la que sólo puedes conocer de «hola y chau».

Comenta que la mayoría de los choferes llevan una relación de amistad cercana, pero comunicarse con él es bastante complicado. También asegura que conseguir trabajo siendo discapacitado es cosa de suerte.

Está difícil, por ejemplo hay lugares donde sí ayudan, tengo un compañero que no puede ver bien, osea sí ve, pero muy poco. A él se le ha hecho muy difícil pero al final si le han dado trabajo.


Alfredo Morales, otro colega con más años de experiencia, repite y confirma lo de la “amistad de saludo”. Sin embargo su opinión sobre los discapacitados es bastante peculiar.

Pues bien, el año 2016 fué un año bastante decisivo para discutir sobre los empleos para las personas discapacitadas. Una huelga masiva se expandió a través de Cochabamba y La Paz. Los discapacitados exigían un bono mensual, que debía ser de ellos por “derecho”, mientras que el incómodo gobierno, se hacía de vista gorda. Las cosas no tuvieron un final feliz, de hecho, no tuvieron un final.

Volviendo al tema, Morales comenta que el siempre apoya a las personas con dificultades (su hija es voluntaria en un colegio de niños con discapacidades motricesy mentales), sin embargo, no había por qué victimizarlas, ya que en un país debatiblemente pobre como Bolivia, no se puede estar pensando en exigir regalos.


“El bono es justo, pero imposible.”


Cuando pregunté, de dónde había sacado esa información, me dijo que lo escuchó en las noticias, por parte de un ministro.

Pero de lejos, la mejor información que me aportó fueron unos rumores internos sobre el Teniente.

“Dicen que tuvo problemas con algunos pasajeros”

No supo explicar qué tipo de problemas, y su opinión final sobre el Teniente fué que es “un tipo bien listo” y que yo no era el primer pasajero que pregunta por él.

Finalmente hablé con un trufista bastante más joven, Fernando Álvarez, un veinteañero que había dejado la universidad por problemas personales.

De entrada a la entrevista, casi se me sale un ¡plop! al puro estilo de condorito. ¡Casi tenía el nombre! Me dijo que el Teniente tenía el apelativo de “Jorge” o “Joaquín”.

“Algo con ´J´” me dijo.

Argumentó que a diferencia de otros, él no lo saluda, no por descortés, sino por reservado. Sin embargo parecía saber muchas cosas más.

“Él solo trabaja de Lunes a Jueves o a Viernes, y sólo en las tardes”

Dudé un poco, ya que si bien solo me topé con el Teniente de Lunes a Viernes, estoy totalmente seguro de haber subido a su auto en las mañanas.

En cuanto a su opinión sobre los discapacitados, fue directo al tema de las huelgas, diciendo que sí merecen el bono, pues tenía un primo hermano en esas huelgas. Me comentó que a pesar que el tiene miedo a los policías, estos se portaron muy bien con los discapacitados.

Acto seguido opinó sobre el teniente:

“Bien que se maneje y cuide su trabajo, las personas lo respetan, pero me han contado que tuvo un problema”

“Bingo” pensé. Fernando sí tenía el rumor completo. Dos señoras mayores, fueron a presentar sus reclamos e inconformidades a la central del 112. Furiosas porque no habían sido dejadas en su parada (sin ver el botón), excusándose con el argumento de “El letrero no se ve al entrar” “No es su deber estar atentas a esas cosas” “Una persona así no debería conducir”.

Finalmente comprendí la cantidad de flechas repartidas por el trufi.

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-foto perteneciente a Luis Romero.


¿Cuánto le debo?

Ésta historia puede tener muchísimas conclusiones, o puede no tener ninguna.

Yo creo que el Teniente era sordo, pero la mayoría de sus pasajeros, incluyéndome, somos o fuimos ciegos. Parece que nuestra meta es buscar problemas, y no soluciones.

Algunos nacen sordos, otros nacen pequeños, otros son diabéticos, otros rubios; ¿Se entiende? Todos tenemos angustias e incomodidades, pero son pocos los que están dispuestos a pegar las flechas e instalar botones en su auto.

Volver a casa en trufi siempre fue la parte aburrida, de la más aburrida rutina.

Pero resultó que esos 15 minutos diarios de viaje aburrido, me sirvieron para ver las cosas, no como pasajero, más bien, como conductor.

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-Vía Giphy

Asesino serial y catador de música

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