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El conejo y la rata

Un conejo dijo  ̶  «Me cago en la puta», pues se perdió en una tierra extraña y oscura.

Sus ojos estaban rojos porque llevaba dos días sin zanahorias, se moría de hambre.

Cada brinco era más corto y con cada paso se desvanecía su blancura.

La piel en los huesos, cortes en la piel, sangre en los cortes y lodo en la sangre.


Justo al frente, una rata obesa y sucia desde el norte se aproximaba de repente.

Apestaba su orgullo rabioso,  pero era más tonta que barrer en el desierto.

Su ombligo raspaba con la tierra, con las garras agrietadas y navajas en los dientes.

La gula era evidente, no tenía necesidad pero igual se comería un elefante muerto.


Frente a frente, la cordura y la locura se reflejaban en los miserables animales.

̶  «¡Ayuda!» ̶   el conejo con euforia  ̶  «¡me perdí!» ̶  suplicando demandó.

Mientras la rata sólo veía en él, un estofado parlante con fragancias vegetales.

Pero antes que la sonrisa y la desesperación choquen caminos, una luz del cielo cayó.


Apareció una roja y gorda manzana entre ambos, un milagro fantasmal.

Con pinta de jugosa y dulce, la rata estaba por atacar, atento, conejo, maldita sea.

Qué tensión, el trofeo a la velocidad era el fruto de la ironía, era una ironía frutal.

De un brinco el conejo llegó, pero la rata se morfó la manzana mucho antes que se la crea.


Ya no era cuestión de cordura, coherencia o necesidad, se veía venir una vendetta.

Después de una vida de ternura, frunció el ceño, estaba emputado el conejo.

Con una pisada exprimió a la rata contra el suelo, con dos, la dejó quieta.

Así ganó el tramposo orejudo; más que por conejo, por pendejo.


Y devoró esa última y grasosa cena, el sabor era nefasto, pero el triunfo una delicia.

Embutía tripas como albóndigas, podemos ser más específicos, mejor no nos molestemos,

Es sensato sin embargo recalcar que algo entre esos dientes incisivos se movía.

Y la moraleja dice: roedores porcinos vemos, ratas preñadas no sabemos.


 

Asesino serial y catador de música

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