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Parte 1: El Departamento

Temprano en la mañana, la alfombra estaba cubierta casi en su totalidad de sangre; sangre que también se encontraba  salpicada en la pared, especialmente en ese rincón, en donde su cabeza fue estrellada durante el forcejeo, donde llamaba la atención la cantidad de sangre coagulada mezclada con mucosa nasal, pues parecía una gigantesca mancha de tinta.

Y los restos de espejo roto estaban esparcidos por toda la habitación, fabricando, junto a la luz que entraba desde la ventana quebrada, un brillo similar a las calles de la ciudad en la madrugada, después de una noche de lluvia.

El departamento era una hermosa maravilla digna de un cuento de Poe, pero de Poe en sus momentos más vergonzosos.

Pero entre todo ése desorden, justo a unos pasos de la entrada principal, a los pies de ésa pequeña mesa cuya única utilidad es servir de espacio para colocar los abrigos y las llaves al entrar y salir del departamento, noté que se encontraba ella, recostada.

Aún estaba ahí.

Hay muchas razones por las que ella seguía ahí, pues era Domingo, a nadie le gusta levantarse a ir por el pan un Domingo en la mañana, mucho menos ir a misa, pasaron más de trece años desde la última vez que fue,  ella no era atea, pero tenía cosas más importantes que hacer antes que pensar en dios, como por ejemplo, contar la cantidad de grietas del techo de su habitación.

Pero la principal razón por la que no se levantó fue que ya habían pasado como once horas desde el momento en el que murió. Que la maté, mejor dicho.

Para mi fortuna, la pequeña mesa de la entrada casi no tenía manchas de sangre, así que acomodé mi abrigo en ella, y puse manos a la obra.

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Asesino serial y catador de música

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